Mar embravecido

16 abril 2016

No hubo pausa

Sonó el timbre de la puerta y allí estaba, parecía que todos los años que nos separaron no habían transcurrido, de pronto nos estábamos mirando y nuestras pupilas hablaban ese lenguaje tan nuestro, tan intimo y secreto, tan alejado en el tiempo. No hizo falta decir nada y tampoco mi cara de sorpresa fue un obstáculo, ya nuestros ojos lo habían dicho todo. Entró en mi casa y en mi boca, nuestras lenguas volvían a pelear en una larga justa que ninguno ganaría. Si soy sincero, no me sorprendió que el sabor de su saliba y el olor del sudor en su cuello me siguieran resultando familiares. En ese instante mis manos recorrían sus curvas y hurgaban dentro de sus ropas en busca de algún cambio, su cuerpo se pegaba a mí y descubrí que echaba de menos ese calor que desprendía, la presión de su sexo contra el mío, la plenitud de su trasero en mi mano que lo saboreaba.

La atrapé entre la pared y mi pasión, su cuello volvía a ser mi territorio, sus pechos volvían a reclamar la atención de mis labios y mi mano, como siempre había ocurrido, ya buscaba entre sus muslos el calor que tanto añoraban.

Nos separamos un momento, hubo una parada en la que nos mirábamos y decidíamos si estábamos haciendo lo correcto. Me perdí en sus ojos del color del café, en el abismo de su pupila al que tantas veces me asomé. Y en ese fugaz instante decidimos olvidarlo todo y mandarlo todo a la mierda.

Creo que ya estábamos cansados de luchar contra nosotros mismos, contra nuestros sentimientos y nuestros orgullos. Después de tantas batallas, el cansancio pudo con nosotros, y el instinto nos guió hasta ese lugar en el que nos hallábamos cómodos, buscábamos reposo en el lugar más sereno que jamás tuvimos y ese lugar eran nuestros cuerpos. Yo lo descubrí esa noche, no tengo ni idea de cuándo fue ella consciente de lo mismo. Pero lo cierto es que allí estábamos los dos y he de reconocer que que me sentí realmente yo cuando trataba torpemente de quitarle el sujetador.

Ya en la cama la pasión dio paso al deleite, me había perdido muchas veces en ese cuerpo como para saber dónde estaban los mejores lugares. Mientras besaba y mordía a partes iguales su piel, recorría el camino que hace años marqué como mío. Volví a dejar marcas en su cuello, volví a lamer sus pezones duros y erguidos y bebí de ellos. Con mi lengua busqué dentro de su ombligo, saboreé su dulce vientre, mordí su Monte de Venus y con mi cabeza entre sus piernas dediqué gran parte de la noche a robarle orgasmos.

Después fue ella la que me saboreó y la que jugó con mi cuerpo, me atrapó entre sus piernas y me rendí. Luego se rindió ella. Luego otra vez yo. Hasta que llegó el momento en que nos confundimos, llegamos a mezclarnos sin haber una clara diferencia entre ambos, y dimos un descanso a nuestros cuerpos mientras abrazados el silencio hablaba por nosotros. Nos conocíamos demasiado bien para necesitar palabras; sabíamos de nuestros defectos, de nuestras prisas y de nuestras pausas, los juegos y hasta donde llegar. Lo que en un tiempo contribuyó a nuestra separación esta vez lo aceptamos.

La pasión se apagó como se apaga el fuego de una hoguera que no se alimenta. En algún momento de la noche el abismo de los años que nos separó, y que desaparecieron nada más verla a ella, volvió a ser real. La vida nos esperaba detrás de la puerta para atraparnos y devolvernos a nuestro lugar. A mí me aguardaba mi rutina y a ella la nueva vida de la que huía. Quizás por eso prolongamos esa noche todo lo que pudimos, porque durante ese espacio de tiempo entre que apareció en mi puerta y se fue por ella, nos dio la sensación de que en nuestra historia no existió esa pausa tan larga.