Mar embravecido

20 enero 2018

Llegué tarde…


…a su vida, a nuestra vida. No sé donde me dormí, que bifurcación cogí que me separó de su sonrisa. Pero me retrasé, llegué tarde a nuestra historia, nuestros recuerdos, tan tarde que no están. Otro está en ellos y sólo puedo mirarlos de reojo convencido que no es el protagonista correcto el que sonríe en las fotos; las de la boda, las de las bodas de los amigos, las del bautizo, todas en general. En todas hay un personaje cambiado, el otro personaje estaba en ese momento en otro camino, perdido en una red de senderos, sin mapa y sin rumbo fijo. Absorto en el paisaje, en el camino en si, pendiente de lo que tenía delante, de las flores, ignorante a lo que había a los lados.
Llegué tarde, cuando todos los roles estaban repartidos ya. Ni uno sólo quedó para mí; el de marido, amante, amigo, compañero de trabajo, vecino, el tío de al lado en el bus, todos repartidos. Y así quedó mi personaje, flotando en un extraño éter, ausente de todo, con una presencia tan leve que sólo es una sonrisa agradable cuando estoy delante y un olvido tan instantáneo, que con una sola silueta que se cruce, se produce.
Llegué tan tarde que no llegué.

16 abril 2016

No hubo pausa

Sonó el timbre de la puerta y allí estaba, parecía que todos los años que nos separaron no habían transcurrido, de pronto nos estábamos mirando y nuestras pupilas hablaban ese lenguaje tan nuestro, tan intimo y secreto, tan alejado en el tiempo. No hizo falta decir nada y tampoco mi cara de sorpresa fue un obstáculo, ya nuestros ojos lo habían dicho todo. Entró en mi casa y en mi boca, nuestras lenguas volvían a pelear en una larga justa que ninguno ganaría. Si soy sincero, no me sorprendió que el sabor de su saliba y el olor del sudor en su cuello me siguieran resultando familiares. En ese instante mis manos recorrían sus curvas y hurgaban dentro de sus ropas en busca de algún cambio, su cuerpo se pegaba a mí y descubrí que echaba de menos ese calor que desprendía, la presión de su sexo contra el mío, la plenitud de su trasero en mi mano que lo saboreaba.

La atrapé entre la pared y mi pasión, su cuello volvía a ser mi territorio, sus pechos volvían a reclamar la atención de mis labios y mi mano, como siempre había ocurrido, ya buscaba entre sus muslos el calor que tanto añoraban.

Nos separamos un momento, hubo una parada en la que nos mirábamos y decidíamos si estábamos haciendo lo correcto. Me perdí en sus ojos del color del café, en el abismo de su pupila al que tantas veces me asomé. Y en ese fugaz instante decidimos olvidarlo todo y mandarlo todo a la mierda.

Creo que ya estábamos cansados de luchar contra nosotros mismos, contra nuestros sentimientos y nuestros orgullos. Después de tantas batallas, el cansancio pudo con nosotros, y el instinto nos guió hasta ese lugar en el que nos hallábamos cómodos, buscábamos reposo en el lugar más sereno que jamás tuvimos y ese lugar eran nuestros cuerpos. Yo lo descubrí esa noche, no tengo ni idea de cuándo fue ella consciente de lo mismo. Pero lo cierto es que allí estábamos los dos y he de reconocer que que me sentí realmente yo cuando trataba torpemente de quitarle el sujetador.

Ya en la cama la pasión dio paso al deleite, me había perdido muchas veces en ese cuerpo como para saber dónde estaban los mejores lugares. Mientras besaba y mordía a partes iguales su piel, recorría el camino que hace años marqué como mío. Volví a dejar marcas en su cuello, volví a lamer sus pezones duros y erguidos y bebí de ellos. Con mi lengua busqué dentro de su ombligo, saboreé su dulce vientre, mordí su Monte de Venus y con mi cabeza entre sus piernas dediqué gran parte de la noche a robarle orgasmos.

Después fue ella la que me saboreó y la que jugó con mi cuerpo, me atrapó entre sus piernas y me rendí. Luego se rindió ella. Luego otra vez yo. Hasta que llegó el momento en que nos confundimos, llegamos a mezclarnos sin haber una clara diferencia entre ambos, y dimos un descanso a nuestros cuerpos mientras abrazados el silencio hablaba por nosotros. Nos conocíamos demasiado bien para necesitar palabras; sabíamos de nuestros defectos, de nuestras prisas y de nuestras pausas, los juegos y hasta donde llegar. Lo que en un tiempo contribuyó a nuestra separación esta vez lo aceptamos.

La pasión se apagó como se apaga el fuego de una hoguera que no se alimenta. En algún momento de la noche el abismo de los años que nos separó, y que desaparecieron nada más verla a ella, volvió a ser real. La vida nos esperaba detrás de la puerta para atraparnos y devolvernos a nuestro lugar. A mí me aguardaba mi rutina y a ella la nueva vida de la que huía. Quizás por eso prolongamos esa noche todo lo que pudimos, porque durante ese espacio de tiempo entre que apareció en mi puerta y se fue por ella, nos dio la sensación de que en nuestra historia no existió esa pausa tan larga.

01 enero 2016

Relaxing que te cagas...

Espatarrado en el sofá (pobrecito) me acarician acordes que Daniel y Cecilia me regalan. Ajenos al ambiente que están creando, a ratos paran la música para recordar acordes y para aprender algún que otro truco. Mientras, he dejado lo que estaba haciendo y ahora estoy disfrutando. Las notas me paralizan (leéis esto de corrido, pero hay grandes momentos de deleite entre estas palabras) y me susurran al oído recuerdos de hace tiempo, recuerdos que creía perdidos en acampadas y noches al raso.
Mi pie se mueve solo y mis dedos siguen un ritmo cambiante que le marcan los acordes de las dos guitarras, un ritmo suave e impregnado de la magia que crea en el aire el vibrar de las cuerdas. Siempre me ha maravillado esa dulzura que la guitarra deja en el aire, los silencios, el compás, la complicidad que crea la música, esa envidia que me abraza al escuchar tan buena música pero que no siento como algo negativo, más bien como un "...porque tú no quieres tío...".

Lo dicho. Relaxing que te cagas... Os dejo que sigo disfrutando de estos dos artistas.

13 abril 2015

Esperando

Parecía que esta mañana no iba a aparecer. Mirando al final de la calle, perdió los últimos instantes de tiempo que se podía permitir antes de volver a su impuesto ritmo de vida. Hoy tendría que soportar el día sin acariciar sus caderas con sus ojos. En un gesto tan rápido como instintivo, miró el reloj. Apenas un minuto para empezar el día, y hoy lo haría sin la suavidad de sus ojos, sin la complicidad de una media sonrisa compartida que no sabía lo que significaba, si es que significaba algo.

Alargó todo lo que pudo el último sorbo de café, se levantó, y mirando a ambos lados de la calle con el último deseo de verla aparecer, se fue para ahogarse en su vida.

13 febrero 2013

Sin control

Fue su verticalidad, fina, profunda como una selvática garganta que se esconde entre la maleza, lo que le hizo perder el sentido de todo. Se vio sumergido en la más tibia y dulce de las corrientes, mientras él lamía su pequeña campanita. Suaves susurros resbalaban por su espalda sin prestarles la más mínima atención, toda su concentración se hayaba en su lengua y en aquella dulce y carnosa fruta que besaba mientras sus manos acariciaban los robustos muslos que tenía pegados a su cara. Cuando quería que sus gemidos subieran de tono, separaba la mano del muslo y mojaba los dedos dentro de ella, con suavidad pero presionando con firmeza su interior. Si quería sentir sus manos acariciándole, simplemente sorbía un poquito reteniendo su clítoris en el interior de la boca y golpeándolo con la punta de su lengua, escuchando su respiración acelerarse, haciéndola sentir un inesperado calor que estremece sus suaves muslos, perdiendo por unos instantes el control de su cuerpo.
Sólo se oía una respiración profunda y tranquila, todo su cuerpo relajado. Besó su vello púbico, su abdomen, metió la lengua en su ombligo y acarició su barriga con los labios, recorrió con la lengua el valle de sus senos, firmes, redondos y mirando hacia arriba exitados. Se recreó en su cuello, lo mordió y lamió su sabor salado mientras ella le acariciaba el pelo y volvía a gemir de placer. La besó por debajo de su barbilla y mordisqueó sus gruesos y rojos labios. Disfrutó de la suave humedad de su boca hurgándola por dentro con descarada pasión. Su mano volvía a buscar el húmedo tesoro de entre sus piernas, y ella volvió a abrirlas para él, para que lo acariciara todo lo que quisiera. Su cuerpo aún se estremecía con las caricias debido al reciente orgasmo, pero dejaba que hiciera lo que quisiera con ella. Sus besos se volvieron más apasionados y entonces ella se giró, se puso de lado apoyando su espalda en el belludo pecho de su amante, pegó su trasero a su duro sexo y con la mano libre cogió la de él, la posó sobre su monte de venus y la dejó libre para que recorriera el camino hasta su interior. Los dedos jugaban dentro de ella, entraban y salían, sentía como le mordía el cuello, chupaba su oreja, su boca buscaba a su hombre y sus lenguas se peleaban al encontrarse. Y los dedos entraban y salían, recorrían su interior, jugueteaban con su clítoris y volvían a entrar. Y esa lengua suya invadiendo su boca, la exitación saliendo de su cuerpo entre gemidos, los pezones duros y sensibles pidiendo una atención que ahora no tenían, porque él estaba buscando su orgasmo de nuevo, frotandola por dentro, una y otra vez, sin descanso. Y lo iba a lograr, su cuerpo ya se estremecía otra vez al ritmo que marcaban sus caricias, y de golpe otra vez esa pérdida de control de su cuerpo y esa desbordante humedad que él buscaba atrapar entre sus dedos.

Habían pasado toda la tarde revueltos en la cama de él, ahora estaban tumbados de lado, enfrente uno del otro. Ella tenía su pierna sobre él, el sexo pegado al muslo de su amante aún se notaba cálido y húmedo. Cada uno reflejado en los ojos del otro, la sonrisa de ella era inmensa, dulce, brillante. La mano de él sobre su carita, acariciando con el pulgar sus labios, detrás de su rostro y de su sonrisa una melena rizada ardía como el fuego. La miraba a los ojos y notaba una sonrisa que no podía ver, pero que sentía dentro de él por todo su cuerpo. Los ojos de ella son inmensos como su sonrisa. De pronto un sentimiento se refleja en ellos, es algo sutil y minúsculo, pero va creciendo dentro de ella y transformando su sonrisa, apagando su alegría. De pronto ella apoya su mano en la que la está acariciando y una lagrima resbala por su mejilla mojando la almohada.
Él se pregunta como demonios han llegado a esa situación, no recuerda nada con claridad, sólo que besaba suavemente su sexo y lo lamía mientras ella le sujetaba la cabeza haciéndole entender que no quería que parase.

El parque muestra su alegría con el canto de los pájaros y el verde de los árboles. El frescor de la primavera lo recorre entre brisas que giran entre los árboles y acarician a la gente. Julián está sentado, leyendo el periódico y la ve a lo lejos, va con su pareja y ella también lo ha visto.

-. Hola - saluda él cuando están a su altura -.
-. ¿Qué tal? - es su respuesta, parece que un poco forzada -.
-. Haciendo tiempo
-. Muy bien... Hasta luego.

Mientras se va mira su trasero y un escalofrío recorre su cuerpo al recordar la suavidad y el sabor de sus rosados pezones, al recordar la tarde en que bebió de ella.

¿Cómo pudo pasar?

17 agosto 2012

Babylon

Abrió el trozo de papel que tenía en las manos. Lo miro por ambos lados; en una cara se podía leer "Babylon", en la otra una tajante afirmación "Hay esperanza".

Estaba sentado a la orilla de la playa, hacía rato que había amanecido y el calor del sol todavía no te arrancaba las ganas de vivir. Como siempre, no había nadie en la playa, hubiera sido algo increíble. Nadie ni nada, sólo arena y piedras; no había gaviotas ni se veían peces saltar en el agua, no había algas secándose al sol ni cangrejos escondidos entre ellas. Una desolada sensación de soledad invadía el lugar donde ni siquiera el viento hacía acto de presencia. Una tajante línea separaba el cielo del agua, de una claridad y nitidez asombrosa, si mirabas mucho tiempo el horizonte parecía dibujado con una regla, era perfecto. Pasaron los minutos y el sol lo obligó volver a su hogar.

Bajó los escalones, giró a la derecha al llegar al frío muro de hormigón, recorrió el pasillo y llegó a un montacargas. Entró en él y bajó hasta su casa. Cuando llegó conectó las alarmas y encendió los monitores de la RED, introdujo su código de identificación y recibió un mensaje con las últimas novedades, en mensaje escueto y que se venía repitiendo todos los días desde hacía tres largos años "Población: 6.794.235.012".

Recordaba muy bien el último mensaje que llegó antes que ese, lo había imprimido en el último papel que tenía, después de eso la impresora dejó de tener una función práctica. Lo guardaba con él siempre; cuando salía, cuando dormía, en sus vigilancias. Siempre.

"Babylon". ¿Por qué la RED le había mandado ese mensaje?, ¿por que había esperanza?, ¿cómo iba haber esperanza en un mundo muerto?, ¿donde?. Trató de olvidarlo, tenía que concentrarse en su tarea. Por lo que deducía habría más gente que hacían lo mismo que él, pero era más una esperanza que una suposición, desde que él recordaba nunca hubo contacto con nadie. Se puso cómodo delante de los monitores y empezó a inspeccionar lo que le mostraban los monitores.

Lo que nunca cambiaba, ciudades destruidas por un lado y los gemelos por otro. Esos seres que no sabía que eran, sólo que un día aparecieron, uno por cada habitante de la tierra, cada uno exactamente igual a alguien, y cada uno de ellos buscó a su igual y lo mató. Desde entonces estaba solo, vigilando, temiendo que en alguna de sus salidas su gemelo lo encontrara.

"Babylon", ¿qué será "Babylon"?

 

18 julio 2012

Rojo

Hace mucho era del color del oro, su sóla presencia le hacía sentir inquieto, como si una mirada pudiera robar todos los te quieros que tenía escondidos. Te quieros que no quería dejar escapar por miedo, timidez y una estúpida vergüenza que limitó toda las historias que podrían haber surgido. Te quieros que se quedaron en su interior, descomponiéndose y dejando un regusto amargo en todas sus palabras y actos.
Cuando se hubo habituado a todos estos sentimientos continuó con su rutina como si no pasara nada, enfrascado en lo que la vida había escrito para él, se dejaba llevar por las situaciones y por los planes de otros, se acoplaba aquí o allí, seguía la estela de los demás y una pausada y pacífica alegría iba envolviéndolo y alejándolo de ese maldito color. Oro.

Un día se sintió totalmente invadido, violento, fue un ataque directo en toda regla, un a por todas, un no te escapas. Pero lo hizo, se revolvió como un cobarde y escapó, nunca fue una persona directa y no quería dar explicaciones que le avergonzaban a él más que a nadie. De este modo llegó una tranquilidad que no deseaba especialmente pero que facilitaba su vida, y la aceptó y fue así por mucho tiempo. El color se fue diluyendo y después de todo lo ocurrido quedo un agradable sentimiento de complicidad y nada más.

Hasta que un día llegó, el amor entró de puntillas como un ladrón y por la puerta de atrás. Todos esos momentos en los que se sentía especialmente a gusto, importante incluso, esos momentos que tanto le agradaban y que inconscientemente buscaba, cambiaron de sentido y se volvieron pasionales y lo que es peor, prohibidos.

El maldito color cambió, ahora es rojo.

 

27 junio 2012

La Mentira


Juan y Elisa paseaban por las calles del centro de la ciudad, era tarde, ya había caido el sol y la noche se empezaba a ver entre los tejados de la ciudad. Las luces coloreaban las calles con tonos amarillos y naranjas y todo parecía muy tranquilo. Ellos paseaban cogidos de la mano en silencio, llevaban poco tiempo juntos y les gustaba mucho pasear cogidos de la mano sin ningún rumbo fijo, a veces se sentaban en algún banco de los que se encuentran en los distintos miradores de la ciudad y entonces hablaban y hacían planes juntos, mientras se miraban sonrientes a los ojos. Otras veces simplemente paseaban y pasaban así el rato.
Un día iban andando por la calle, cogidos de la mano como siempre y sonrientes, bajaban por una calle peatonal muy empinada que se encontraba en una de las zonas más altas de la ciudad, la luz allí era mas escasa que en otros sitios y los árboles que crecían en el centro de la calle la hacían parecer más oscura. Cuando llegaron al final de la calle, en una esquina Elisa vió algo que brilló por un instante, se paró y miró fijamente.
-. Juan he visto algo ahí.
-. ¿El qué cariño... dónde?
-. En la esquina, he visto un brillo muy raro.
Juan se acercó pero no pudo ver nada
-. ¿Dónde?
-. Ahí, justo en ese escalón
Estaban agachados junto a los peldaños de una puerta, entonces Juan lo vió.
-. Que cosa más rara...
-. ¿Qué es Juan?
-. No lo sé nunca he visto nada parecido, es muy pequeño.
Elisa lo miraba fijamente.
-. Parece... -Juan se movío un poco porque estaba incómodo agachado- ...parece una mentira.
-. ¿Cómo?
-. Si, si... es una mentira, se le habrá caido a alguien al decirla
Juan hizo el amago de cogerla pero Elisa lo cogió del brazo y no le dejo hacerlo.
-. ¿Qué haces?, -dijo Juan- nos puede servir para algo.
-. ¿Una mentira?, ¿y para que nos puede servir una mentira?. Esas cosas no traen nada bueno Juan.
-. Chiquilla, ¿cómo que para qué nos puede servir?, pues para cualquier cosa; para usarla con tu madre si alguna vez no le hacemos caso, o para mis amigos, por si un día quieren hacer algo y ya tenemos tú y yo algo planeado.
Elisa estaba dudando.
-. No sé Juan, no me gustan esas cosas.
-. Que no pasa nada cielo... si todo el mundo las usa, ¿por qué crees que esta la hemos encontrado aquí en el suelo?, se le ha caido a alguien al usarla. Es muy normal.
Elisa no quería cogerla pero estaba claro que Juan sí, la miraba con esa cara que él ponía cuando quería conseguir algo de ella.
-. Bueno, cógela... pero úsala sólo si de verdad la necesitas
-. Claro que sí cariño
Al cogerla notó como un extraño calor le recorría el brazo, la metió en el bolsillo y dejó su mano dentro, sobre ella, para que no se le perdiera. Con la otra mano cogió a Elisa y siguieron caminando.
Sin darse cuenta con la mano del bolsillo apretó la mentira que habían encontrado.
-. Sabes cariño -dijo Juan- ¡Te quiero mucho!

18 diciembre 2011

Haiku

Rojo amanecer
Ella no está en mi playa
Rojo mi amor es

23 agosto 2011

Celebración

"Lo importante no es el champán... es lo que se celebra"

Esta es una frase que leí hace mucho tiempo un una recopilación de cuentos de Haruki Murakami titulado "Sauce ciego, mujer dormida", recuerdo que cuando la leí me impactó la frase, no es que tuviera para mí un significado revelador ni nada parecido, de hecho ni siquiera la entendí bien. Pero me marco muy fuerte, fue como si en lo más profundo de mi supiera que algún día esta sería mi frase...


Estoy tumbado de lado en mi cama, sobre mi lado derecho. Mi cabeza descansa en las almohadas, y mi mano izquierda juega con su cadera. Delante de mí ella me mira fijamente, sus ojos son muy profundos y además me dicen lo que está pensando. Piensa en mí y en lo feliz que es aunque su felicidad solo la compartamos los dos. Ella está tumbada sobre su lado izquierdo y semierguida sobre su hombro, sus cabellos rizados caen alrededor de ella y de los rizos que caen por delante, uno acaricia su pecho y bordea su pezón, del mismo color que su pelo aunque más claro. A veces tímidamente baja la mirada, Dios como me encanta ese gesto, y con su mano derecha dibuja en las sabanas; a veces un corazón, a veces un "te quiero". Ella sabe que esas cursilerías no me van, pero sabe que aun así, yo se lo permito todo, hace conmigo lo que quiere, y que aunque no me gusta que se porte de un modo tan infantil, con solo besarme me olvido de todo.
Entonces se yergue y me besa rápidamente, con pasión, noto como su lengua busca la mía, juega con ella. Yo cierro mis ojos y dejo que esta vez ella sea la que marque el ritmo. Se acerca más a mí, sus pechos aprietan los míos, su mano derecha acaricia mi nuca, me tumba boca arriba y me besa mientras se acomoda sobre mi cuerpo. Entonces para, apoya su cabeza en mi pecho y se acurruca sobre mí. Su silencio me pide que la abrace y lo hago, su melena rizada me tapa media cara, huelo su pelo y su cuerpo, siento su respiración y abrazados pasamos toda la tarde. Para mí es indescriptible el notar como se relaja estando conmigo, siento su respiración sobre mi pecho, suave y tranquila, sus manos sobre mí que muy lentamente me acarician.

Se ha levantado, va hacia el cuarto de baño, su pelo da vueltas y vueltas sobre su espalda, su figura hace que mi corazón palpite más rápido de lo normal. Aprovecho y voy a la cocina, cojo el champán y dos copas. Cuando vuelvo esta otra vez tumbada en la cama, me ve aparecer con las copas y se sienta apoyada sobre el cabecero, sonríe. Vierto el champán y le doy una copa a ella, cojo la mía.
-. Por que nos queremos a pesar de que no tenía que haber ocurrido - digo mirándola a los ojos -.
Brindamos y bebemos.
-. Te quiero - dice justo antes de besarme y de que su lengua juguetona me explore por dentro -...

"Lo importante no es el champán... es lo que se celebra". Cuando leí esta frase ya conocía a Patricia, aunque aún no sentía nada por ella. De todos modos, algo en mi sabía que esto ocurriría y guardó esa frase en mi memoria para recordarla cuando estuviera con ella.

11 mayo 2011

Frase de Federico Moccia

Es por la tarde, la luz entra en su rincón de lectura por detrás suya, está leyendo un libro, un género que él no suele leer, pero es precisamente el estilo de libros que Patricia lee. La lectura es tranquila, cuanto más lee, más cerca cree estar de ella. Es por ese motivo por el que está leyendo el libro, quiere conocerla más. Él suele leer novelas de acción antiguas o libros de ciencia ficción, de vez en cuando se atreve con algún libro reciente si conoce el estilo del autor. Pero por si mismo, nunca leería una novela romántica para adolescentes de Federico Moccia como la que tiene ahora mismo en sus manos. Por si mismo no, pero es que quiere conocerla mejor.

De vez en cuando aparta la vista del libro, cuando lee algún párrafo o diálogo que le recuerda a ella; a su melena rizada que deja caer muchas veces sobre sus hombros y queda a la altura de sus pechos, resaltándolos, como si no fueran lo suficientemente preciosos por si mismos. A sus ojos color miel. A su sonrisa, esa que siempre lleva, porque da igual lo que esté haciendo, Patricia vive su vida detrás de una sonrisa. Con que facilidad puede Julián recordar todos sus detalles; sus manos, sus gestos, sus expresiones tan infantiles a veces.

Entre pausas en las que la recuerda va leyendo el libro, él no lo considera un gran libro pero reconoce que lo lee con curiosidad. De pronto llega a una frase en la que se para, una frase que le gusta.

...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...

Se queda mirando al libro fijamente porque por un momento el autor ha escrito lo que él siempre ha sentido y no ha podido expresar. Relee la frase lenta, pausadamente, le sorprende que describa tan bien lo que siente.

...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana…
…y no se apagase por la noche…
…Alguien a quien mirar…
… y a quien decir las cosas que aquí escribo...


No puede evitar recordar las veces que ha soñado con ella, que tienen una vida en común, que comparten un amor que en realidad sólo él siente.
Cuantas veces se ha imaginado que despiertan juntos, abrazados, y lentamente recorre su cuerpo desnudo con sus labios, besa su boca, sus pechos, besa su blanca barriga y el interior de sus muslos, mientras ella acaricia sus cabellos.
Cuantas veces se ha imaginado que están juntos viendo la tele en el salón de su casa, el acaricia sus cabellos y ella está acurrucada, protegida por el cuerpo de su amado mientras pasan las horas.
Cuantas veces ha imaginado que están cocinando y en un arrebato de pasión la tumba en la mesa del comedor y hacen el amor.

...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...

Esa frase de pronto martillea su cabeza pues le ha hecho ver la realidad, que lleva meses soñando con ella y nada más, no sabe que piensa de él, no se atreve a decirle nada, y está estancado en sueños que lo alejan cada vez más de la realidad.
Es consciente de que ella es inalcanzable para él.

Y llora.

Deja el libro por esa frase, nunca podrá pasar de ahí.

Nunca terminará de leer el libro.

24 octubre 2010

¿Por qué?

La escena nos sitúa en una habitación, decorada con estilo y con la idea de servir de inspiración. Una suave música suena de fondo, apenas se percibe de donde viene. Es de noche, como siempre que él trabaja, abre sus ventanas para que el frescor de la calle lo mantenga despierto. Fuera el silencio se desliza por el suelo y lame todos los rincones de las calles que durante el día han estado transitadas.
En una mesa grande hay un libro abierto, es muy antiguo y parece que está encuadernado en piel. La página por la que está abierto tiene dos grandes dibujos de unas tierras irreconocibles. Es muy grueso.
Al pie de la mesa un charco de sangre crece con lentitud, surge de una garganta rebanada que suelta espumarajos mientras su dueño trata de respirar en vano, sabe que le queda un escaso minuto de vida y eso le hace sentir un pánico terrible que trata de escapar por sus ojos. Desde el suelo ve la enguantada mano que lo ha asesinado, ve como cierra el libro y lo coge para llevárselo, una ultima mirada de su verdugo le muestra un rostro lleno de desprecio y repugnancia hacia él.

¿Por qué?... ¿por qué me odia?... ¿por qué me roba?


15 julio 2009

Frases de libros

Sólo cuatro meses. Sucedió en el tiempo en que una estación da paso a la otra. Una chica se fue sin más de este mundo. Un hecho insignificante, sin duda, si a ella la consideras uno entre seis mil millones de seres humanos. Pero yo no estoy con esos seis mil millones. A mí, una sola muerte me ha despojado de todas mis emociones.

Kyoichi Katayama

Un grito de amor en el centro del mundo

24 agosto 2008

¿Cuanto dura un recuerdo?

Matilde se crió en un pueblo del sur llamado Campos, donde sus padres se establecieron después de casados. De allí parten todos los recuerdos y la educación que le hacen ser como es. Matilde es ahora una mujer de 30 años, alta, robusta, con un cuerpo bien definido y unos ojos grises que lo miran todo con curiosidad. Es profesora, pues ya desde su adolescencia se veía que le gustaba estar con niños pequeños, y dedica todo su tiempo a su profesión, que ella define más como un hobby. Está felizmente casada, es madre de un niño rubio como su padre y con sus hermosos ojos.
Matilde recuerda mucho sus años de niña en el pueblo que la vio nacer. Allí jugaba todos los días con sus amigos, bajo la atenta mirada de unos vecinos que cuidaban a todos los niños del pueblo como si fueran los propios. Ésa es una de las cosas, si pudiéramos enumerarlas todas, que hacen de Campos un lugar especial. Los niños juegan en la plaza del pueblo y los padres pueden estar tranquilos, pues saben que siempre habrá alguien pendiente de ellos. Cuando Matilde volvía a casa saludaba a los adultos que se encontraba por el camino. Ahora que Matilde es mayor y es madre, siente un gran alivio y le apena que su hijo nunca sentirá tal seguridad en un adulto que no sea uno de sus padres.

Una tarde de invierno le asaltó a Matilde un recuerdo que tenía escondido en algún lugar de su memoria, asociado a su niñez y a sus amigos, a su pueblo en definitiva. Se encontraba en un gran centro comercial ojeando libros, Matilde comparte su pasión por los niños con la que siente por los libros, y vio uno escrito por Joaquín Campos Fernández. Se quedó mirándolo fijamente y el recuerdo cayó de pronto sobre ella. Casi sin creérselo cogió el libro muy despacio, lo abrió buscando en las solapas una foto del autor. Y allí estaba, era él seguro, el nieto de Ana con quien tantas veces había jugado a los vaqueros en la plaza, el chico de la ciudad que tan tímido se mostraba con la gente del pueblo. Estuvo leyendo el resumen del libro y, aunque no era de los que acostumbraba a leer, decidió darle una oportunidad y comprarlo.
Durante los días que estuvo leyéndolo no dejó de recordar pequeñas anécdotas, que ya creía olvidadas, de aquel chico bajito, con el pelo rizado y unos ojos tan bonitos como los de ella. Habían vuelto a ella detalles tan tontos como las chucherías que le gustaban a él. A cada página que leía un nuevo recuerdo surgía ante ella. Y es que la lectura del libro la reconfortó mucho, era sosegada dado el estilo del autor, muy tranquila. En muchas ocasiones el libro te hacía reflexionar y eso le gustó. Tanto que buscó los anteriores que escribió su autor/amigo. Sólo eran tres, los tres de la misma temática. Aun así, los compró.

Para cuando terminó de leerlos, no dejó de darle vueltas a una misma idea que la intrigaba. En los cuatro libros, la protagonista femenina, con distintas descripciones, eran la misma persona, una mujer que no cesó de recordarle a la chica que un día ella fue. No podía creérselo, y de hecho a veces dudaba de ello, pero estaba segura que era ella quien se escondía detrás de Sara, Cristina, Rocío y Julia. Por las noches ese pensamiento la reconfortaba: saber que su recuerdo había perdurado para siempre en Joaquín y lo había usado en sus novelas. Era como si él hubiera inmortalizado a la chica despreocupada y alegre que había sido. Conforme iba leyendo los libros, los recuerdos pasaron de aquel chico a ella, y empezó a recordar lo feliz que era de niña, las tonterías por las que lloraba y las cosas tan simples que la hacían feliz. Recordó esa edad en que nada era lo bastante importante como para ser recordado al día siguiente; regresó a su niñez, su pueblo, su familia, al paisaje, los olores, su colegio, se recordó a sí misma y volvió algo de la niña que fue. Ese día empezó a ser más feliz.

05 abril 2008

Haiku

La espada rota
la armadura oxidada
vencido y sólo