Sin control
Fue su verticalidad, fina, profunda como una selvática garganta que se esconde entre la maleza, lo que le hizo perder el sentido de todo. Se vio sumergido en la más tibia y dulce de las corrientes, mientras él lamía su pequeña campanita. Suaves susurros resbalaban por su espalda sin prestarles la más mínima atención, toda su concentración se hayaba en su lengua y en aquella dulce y carnosa fruta que besaba mientras sus manos acariciaban los robustos muslos que tenía pegados a su cara. Cuando quería que sus gemidos subieran de tono, separaba la mano del muslo y mojaba los dedos dentro de ella, con suavidad pero presionando con firmeza su interior. Si quería sentir sus manos acariciándole, simplemente sorbía un poquito reteniendo su clítoris en el interior de la boca y golpeándolo con la punta de su lengua, escuchando su respiración acelerarse, haciéndola sentir un inesperado calor que estremece sus suaves muslos, perdiendo por unos instantes el control de su cuerpo.
Sólo se oía una respiración profunda y tranquila, todo su cuerpo relajado. Besó su vello púbico, su abdomen, metió la lengua en su ombligo y acarició su barriga con los labios, recorrió con la lengua el valle de sus senos, firmes, redondos y mirando hacia arriba exitados. Se recreó en su cuello, lo mordió y lamió su sabor salado mientras ella le acariciaba el pelo y volvía a gemir de placer. La besó por debajo de su barbilla y mordisqueó sus gruesos y rojos labios. Disfrutó de la suave humedad de su boca hurgándola por dentro con descarada pasión. Su mano volvía a buscar el húmedo tesoro de entre sus piernas, y ella volvió a abrirlas para él, para que lo acariciara todo lo que quisiera. Su cuerpo aún se estremecía con las caricias debido al reciente orgasmo, pero dejaba que hiciera lo que quisiera con ella. Sus besos se volvieron más apasionados y entonces ella se giró, se puso de lado apoyando su espalda en el belludo pecho de su amante, pegó su trasero a su duro sexo y con la mano libre cogió la de él, la posó sobre su monte de venus y la dejó libre para que recorriera el camino hasta su interior. Los dedos jugaban dentro de ella, entraban y salían, sentía como le mordía el cuello, chupaba su oreja, su boca buscaba a su hombre y sus lenguas se peleaban al encontrarse. Y los dedos entraban y salían, recorrían su interior, jugueteaban con su clítoris y volvían a entrar. Y esa lengua suya invadiendo su boca, la exitación saliendo de su cuerpo entre gemidos, los pezones duros y sensibles pidiendo una atención que ahora no tenían, porque él estaba buscando su orgasmo de nuevo, frotandola por dentro, una y otra vez, sin descanso. Y lo iba a lograr, su cuerpo ya se estremecía otra vez al ritmo que marcaban sus caricias, y de golpe otra vez esa pérdida de control de su cuerpo y esa desbordante humedad que él buscaba atrapar entre sus dedos.
Habían pasado toda la tarde revueltos en la cama de él, ahora estaban tumbados de lado, enfrente uno del otro. Ella tenía su pierna sobre él, el sexo pegado al muslo de su amante aún se notaba cálido y húmedo. Cada uno reflejado en los ojos del otro, la sonrisa de ella era inmensa, dulce, brillante. La mano de él sobre su carita, acariciando con el pulgar sus labios, detrás de su rostro y de su sonrisa una melena rizada ardía como el fuego. La miraba a los ojos y notaba una sonrisa que no podía ver, pero que sentía dentro de él por todo su cuerpo. Los ojos de ella son inmensos como su sonrisa. De pronto un sentimiento se refleja en ellos, es algo sutil y minúsculo, pero va creciendo dentro de ella y transformando su sonrisa, apagando su alegría. De pronto ella apoya su mano en la que la está acariciando y una lagrima resbala por su mejilla mojando la almohada.
Él se pregunta como demonios han llegado a esa situación, no recuerda nada con claridad, sólo que besaba suavemente su sexo y lo lamía mientras ella le sujetaba la cabeza haciéndole entender que no quería que parase.
El parque muestra su alegría con el canto de los pájaros y el verde de los árboles. El frescor de la primavera lo recorre entre brisas que giran entre los árboles y acarician a la gente. Julián está sentado, leyendo el periódico y la ve a lo lejos, va con su pareja y ella también lo ha visto.
-. Hola - saluda él cuando están a su altura -.
-. ¿Qué tal? - es su respuesta, parece que un poco forzada -.
-. Haciendo tiempo
-. Muy bien... Hasta luego.
Mientras se va mira su trasero y un escalofrío recorre su cuerpo al recordar la suavidad y el sabor de sus rosados pezones, al recordar la tarde en que bebió de ella.
¿Cómo pudo pasar?
Sólo se oía una respiración profunda y tranquila, todo su cuerpo relajado. Besó su vello púbico, su abdomen, metió la lengua en su ombligo y acarició su barriga con los labios, recorrió con la lengua el valle de sus senos, firmes, redondos y mirando hacia arriba exitados. Se recreó en su cuello, lo mordió y lamió su sabor salado mientras ella le acariciaba el pelo y volvía a gemir de placer. La besó por debajo de su barbilla y mordisqueó sus gruesos y rojos labios. Disfrutó de la suave humedad de su boca hurgándola por dentro con descarada pasión. Su mano volvía a buscar el húmedo tesoro de entre sus piernas, y ella volvió a abrirlas para él, para que lo acariciara todo lo que quisiera. Su cuerpo aún se estremecía con las caricias debido al reciente orgasmo, pero dejaba que hiciera lo que quisiera con ella. Sus besos se volvieron más apasionados y entonces ella se giró, se puso de lado apoyando su espalda en el belludo pecho de su amante, pegó su trasero a su duro sexo y con la mano libre cogió la de él, la posó sobre su monte de venus y la dejó libre para que recorriera el camino hasta su interior. Los dedos jugaban dentro de ella, entraban y salían, sentía como le mordía el cuello, chupaba su oreja, su boca buscaba a su hombre y sus lenguas se peleaban al encontrarse. Y los dedos entraban y salían, recorrían su interior, jugueteaban con su clítoris y volvían a entrar. Y esa lengua suya invadiendo su boca, la exitación saliendo de su cuerpo entre gemidos, los pezones duros y sensibles pidiendo una atención que ahora no tenían, porque él estaba buscando su orgasmo de nuevo, frotandola por dentro, una y otra vez, sin descanso. Y lo iba a lograr, su cuerpo ya se estremecía otra vez al ritmo que marcaban sus caricias, y de golpe otra vez esa pérdida de control de su cuerpo y esa desbordante humedad que él buscaba atrapar entre sus dedos.
Habían pasado toda la tarde revueltos en la cama de él, ahora estaban tumbados de lado, enfrente uno del otro. Ella tenía su pierna sobre él, el sexo pegado al muslo de su amante aún se notaba cálido y húmedo. Cada uno reflejado en los ojos del otro, la sonrisa de ella era inmensa, dulce, brillante. La mano de él sobre su carita, acariciando con el pulgar sus labios, detrás de su rostro y de su sonrisa una melena rizada ardía como el fuego. La miraba a los ojos y notaba una sonrisa que no podía ver, pero que sentía dentro de él por todo su cuerpo. Los ojos de ella son inmensos como su sonrisa. De pronto un sentimiento se refleja en ellos, es algo sutil y minúsculo, pero va creciendo dentro de ella y transformando su sonrisa, apagando su alegría. De pronto ella apoya su mano en la que la está acariciando y una lagrima resbala por su mejilla mojando la almohada.
Él se pregunta como demonios han llegado a esa situación, no recuerda nada con claridad, sólo que besaba suavemente su sexo y lo lamía mientras ella le sujetaba la cabeza haciéndole entender que no quería que parase.
El parque muestra su alegría con el canto de los pájaros y el verde de los árboles. El frescor de la primavera lo recorre entre brisas que giran entre los árboles y acarician a la gente. Julián está sentado, leyendo el periódico y la ve a lo lejos, va con su pareja y ella también lo ha visto.
-. Hola - saluda él cuando están a su altura -.
-. ¿Qué tal? - es su respuesta, parece que un poco forzada -.
-. Haciendo tiempo
-. Muy bien... Hasta luego.
Mientras se va mira su trasero y un escalofrío recorre su cuerpo al recordar la suavidad y el sabor de sus rosados pezones, al recordar la tarde en que bebió de ella.
¿Cómo pudo pasar?