Frase de Federico Moccia
Es por la tarde, la luz entra en su rincón de lectura por detrás suya, está leyendo un libro, un género que él no suele leer, pero es precisamente el estilo de libros que Patricia lee. La lectura es tranquila, cuanto más lee, más cerca cree estar de ella. Es por ese motivo por el que está leyendo el libro, quiere conocerla más. Él suele leer novelas de acción antiguas o libros de ciencia ficción, de vez en cuando se atreve con algún libro reciente si conoce el estilo del autor. Pero por si mismo, nunca leería una novela romántica para adolescentes de Federico Moccia como la que tiene ahora mismo en sus manos. Por si mismo no, pero es que quiere conocerla mejor.
De vez en cuando aparta la vista del libro, cuando lee algún párrafo o diálogo que le recuerda a ella; a su melena rizada que deja caer muchas veces sobre sus hombros y queda a la altura de sus pechos, resaltándolos, como si no fueran lo suficientemente preciosos por si mismos. A sus ojos color miel. A su sonrisa, esa que siempre lleva, porque da igual lo que esté haciendo, Patricia vive su vida detrás de una sonrisa. Con que facilidad puede Julián recordar todos sus detalles; sus manos, sus gestos, sus expresiones tan infantiles a veces.
Entre pausas en las que la recuerda va leyendo el libro, él no lo considera un gran libro pero reconoce que lo lee con curiosidad. De pronto llega a una frase en la que se para, una frase que le gusta.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...
Se queda mirando al libro fijamente porque por un momento el autor ha escrito lo que él siempre ha sentido y no ha podido expresar. Relee la frase lenta, pausadamente, le sorprende que describa tan bien lo que siente.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana…
…y no se apagase por la noche…
…Alguien a quien mirar…
… y a quien decir las cosas que aquí escribo...
No puede evitar recordar las veces que ha soñado con ella, que tienen una vida en común, que comparten un amor que en realidad sólo él siente.
Cuantas veces se ha imaginado que despiertan juntos, abrazados, y lentamente recorre su cuerpo desnudo con sus labios, besa su boca, sus pechos, besa su blanca barriga y el interior de sus muslos, mientras ella acaricia sus cabellos.
Cuantas veces se ha imaginado que están juntos viendo la tele en el salón de su casa, el acaricia sus cabellos y ella está acurrucada, protegida por el cuerpo de su amado mientras pasan las horas.
Cuantas veces ha imaginado que están cocinando y en un arrebato de pasión la tumba en la mesa del comedor y hacen el amor.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...
Esa frase de pronto martillea su cabeza pues le ha hecho ver la realidad, que lleva meses soñando con ella y nada más, no sabe que piensa de él, no se atreve a decirle nada, y está estancado en sueños que lo alejan cada vez más de la realidad.
Es consciente de que ella es inalcanzable para él.
Y llora.
Deja el libro por esa frase, nunca podrá pasar de ahí.
Nunca terminará de leer el libro.
De vez en cuando aparta la vista del libro, cuando lee algún párrafo o diálogo que le recuerda a ella; a su melena rizada que deja caer muchas veces sobre sus hombros y queda a la altura de sus pechos, resaltándolos, como si no fueran lo suficientemente preciosos por si mismos. A sus ojos color miel. A su sonrisa, esa que siempre lleva, porque da igual lo que esté haciendo, Patricia vive su vida detrás de una sonrisa. Con que facilidad puede Julián recordar todos sus detalles; sus manos, sus gestos, sus expresiones tan infantiles a veces.
Entre pausas en las que la recuerda va leyendo el libro, él no lo considera un gran libro pero reconoce que lo lee con curiosidad. De pronto llega a una frase en la que se para, una frase que le gusta.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...
Se queda mirando al libro fijamente porque por un momento el autor ha escrito lo que él siempre ha sentido y no ha podido expresar. Relee la frase lenta, pausadamente, le sorprende que describa tan bien lo que siente.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana…
…y no se apagase por la noche…
…Alguien a quien mirar…
… y a quien decir las cosas que aquí escribo...
No puede evitar recordar las veces que ha soñado con ella, que tienen una vida en común, que comparten un amor que en realidad sólo él siente.
Cuantas veces se ha imaginado que despiertan juntos, abrazados, y lentamente recorre su cuerpo desnudo con sus labios, besa su boca, sus pechos, besa su blanca barriga y el interior de sus muslos, mientras ella acaricia sus cabellos.
Cuantas veces se ha imaginado que están juntos viendo la tele en el salón de su casa, el acaricia sus cabellos y ella está acurrucada, protegida por el cuerpo de su amado mientras pasan las horas.
Cuantas veces ha imaginado que están cocinando y en un arrebato de pasión la tumba en la mesa del comedor y hacen el amor.
...Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche. Alguien a quien mirar y a quien decir las cosas que aquí escribo...
Esa frase de pronto martillea su cabeza pues le ha hecho ver la realidad, que lleva meses soñando con ella y nada más, no sabe que piensa de él, no se atreve a decirle nada, y está estancado en sueños que lo alejan cada vez más de la realidad.
Es consciente de que ella es inalcanzable para él.
Y llora.
Deja el libro por esa frase, nunca podrá pasar de ahí.
Nunca terminará de leer el libro.