¿Cuanto dura un recuerdo?
Matilde se crió en un pueblo del sur llamado Campos, donde sus padres se establecieron después de casados. De allí parten todos los recuerdos y la educación que le hacen ser como es. Matilde es ahora una mujer de 30 años, alta, robusta, con un cuerpo bien definido y unos ojos grises que lo miran todo con curiosidad. Es profesora, pues ya desde su adolescencia se veía que le gustaba estar con niños pequeños, y dedica todo su tiempo a su profesión, que ella define más como un hobby. Está felizmente casada, es madre de un niño rubio como su padre y con sus hermosos ojos.
Matilde recuerda mucho sus años de niña en el pueblo que la vio nacer. Allí jugaba todos los días con sus amigos, bajo la atenta mirada de unos vecinos que cuidaban a todos los niños del pueblo como si fueran los propios. Ésa es una de las cosas, si pudiéramos enumerarlas todas, que hacen de Campos un lugar especial. Los niños juegan en la plaza del pueblo y los padres pueden estar tranquilos, pues saben que siempre habrá alguien pendiente de ellos. Cuando Matilde volvía a casa saludaba a los adultos que se encontraba por el camino. Ahora que Matilde es mayor y es madre, siente un gran alivio y le apena que su hijo nunca sentirá tal seguridad en un adulto que no sea uno de sus padres.
Una tarde de invierno le asaltó a Matilde un recuerdo que tenía escondido en algún lugar de su memoria, asociado a su niñez y a sus amigos, a su pueblo en definitiva. Se encontraba en un gran centro comercial ojeando libros, Matilde comparte su pasión por los niños con la que siente por los libros, y vio uno escrito por Joaquín Campos Fernández. Se quedó mirándolo fijamente y el recuerdo cayó de pronto sobre ella. Casi sin creérselo cogió el libro muy despacio, lo abrió buscando en las solapas una foto del autor. Y allí estaba, era él seguro, el nieto de Ana con quien tantas veces había jugado a los vaqueros en la plaza, el chico de la ciudad que tan tímido se mostraba con la gente del pueblo. Estuvo leyendo el resumen del libro y, aunque no era de los que acostumbraba a leer, decidió darle una oportunidad y comprarlo.
Durante los días que estuvo leyéndolo no dejó de recordar pequeñas anécdotas, que ya creía olvidadas, de aquel chico bajito, con el pelo rizado y unos ojos tan bonitos como los de ella. Habían vuelto a ella detalles tan tontos como las chucherías que le gustaban a él. A cada página que leía un nuevo recuerdo surgía ante ella. Y es que la lectura del libro la reconfortó mucho, era sosegada dado el estilo del autor, muy tranquila. En muchas ocasiones el libro te hacía reflexionar y eso le gustó. Tanto que buscó los anteriores que escribió su autor/amigo. Sólo eran tres, los tres de la misma temática. Aun así, los compró.
Para cuando terminó de leerlos, no dejó de darle vueltas a una misma idea que la intrigaba. En los cuatro libros, la protagonista femenina, con distintas descripciones, eran la misma persona, una mujer que no cesó de recordarle a la chica que un día ella fue. No podía creérselo, y de hecho a veces dudaba de ello, pero estaba segura que era ella quien se escondía detrás de Sara, Cristina, Rocío y Julia. Por las noches ese pensamiento la reconfortaba: saber que su recuerdo había perdurado para siempre en Joaquín y lo había usado en sus novelas. Era como si él hubiera inmortalizado a la chica despreocupada y alegre que había sido. Conforme iba leyendo los libros, los recuerdos pasaron de aquel chico a ella, y empezó a recordar lo feliz que era de niña, las tonterías por las que lloraba y las cosas tan simples que la hacían feliz. Recordó esa edad en que nada era lo bastante importante como para ser recordado al día siguiente; regresó a su niñez, su pueblo, su familia, al paisaje, los olores, su colegio, se recordó a sí misma y volvió algo de la niña que fue. Ese día empezó a ser más feliz.
Matilde recuerda mucho sus años de niña en el pueblo que la vio nacer. Allí jugaba todos los días con sus amigos, bajo la atenta mirada de unos vecinos que cuidaban a todos los niños del pueblo como si fueran los propios. Ésa es una de las cosas, si pudiéramos enumerarlas todas, que hacen de Campos un lugar especial. Los niños juegan en la plaza del pueblo y los padres pueden estar tranquilos, pues saben que siempre habrá alguien pendiente de ellos. Cuando Matilde volvía a casa saludaba a los adultos que se encontraba por el camino. Ahora que Matilde es mayor y es madre, siente un gran alivio y le apena que su hijo nunca sentirá tal seguridad en un adulto que no sea uno de sus padres.
Una tarde de invierno le asaltó a Matilde un recuerdo que tenía escondido en algún lugar de su memoria, asociado a su niñez y a sus amigos, a su pueblo en definitiva. Se encontraba en un gran centro comercial ojeando libros, Matilde comparte su pasión por los niños con la que siente por los libros, y vio uno escrito por Joaquín Campos Fernández. Se quedó mirándolo fijamente y el recuerdo cayó de pronto sobre ella. Casi sin creérselo cogió el libro muy despacio, lo abrió buscando en las solapas una foto del autor. Y allí estaba, era él seguro, el nieto de Ana con quien tantas veces había jugado a los vaqueros en la plaza, el chico de la ciudad que tan tímido se mostraba con la gente del pueblo. Estuvo leyendo el resumen del libro y, aunque no era de los que acostumbraba a leer, decidió darle una oportunidad y comprarlo.
Durante los días que estuvo leyéndolo no dejó de recordar pequeñas anécdotas, que ya creía olvidadas, de aquel chico bajito, con el pelo rizado y unos ojos tan bonitos como los de ella. Habían vuelto a ella detalles tan tontos como las chucherías que le gustaban a él. A cada página que leía un nuevo recuerdo surgía ante ella. Y es que la lectura del libro la reconfortó mucho, era sosegada dado el estilo del autor, muy tranquila. En muchas ocasiones el libro te hacía reflexionar y eso le gustó. Tanto que buscó los anteriores que escribió su autor/amigo. Sólo eran tres, los tres de la misma temática. Aun así, los compró.
Para cuando terminó de leerlos, no dejó de darle vueltas a una misma idea que la intrigaba. En los cuatro libros, la protagonista femenina, con distintas descripciones, eran la misma persona, una mujer que no cesó de recordarle a la chica que un día ella fue. No podía creérselo, y de hecho a veces dudaba de ello, pero estaba segura que era ella quien se escondía detrás de Sara, Cristina, Rocío y Julia. Por las noches ese pensamiento la reconfortaba: saber que su recuerdo había perdurado para siempre en Joaquín y lo había usado en sus novelas. Era como si él hubiera inmortalizado a la chica despreocupada y alegre que había sido. Conforme iba leyendo los libros, los recuerdos pasaron de aquel chico a ella, y empezó a recordar lo feliz que era de niña, las tonterías por las que lloraba y las cosas tan simples que la hacían feliz. Recordó esa edad en que nada era lo bastante importante como para ser recordado al día siguiente; regresó a su niñez, su pueblo, su familia, al paisaje, los olores, su colegio, se recordó a sí misma y volvió algo de la niña que fue. Ese día empezó a ser más feliz.