Está sentado, con la mirada perdida, inmerso en unos pensamientos que rara vez él logra controlar. Sus ojos parecen enfocar algo fuera de su casa, algo que
mágicamente él puede ver aunque escape a su visión. Mueve sus dedos de forma rítmica, constante, bailan al son de su pensamiento y del ritmo que flota con suavidad en su salón. Un ritmo que se desvanece y reaparece, un ritmo como humo, que hace
volutas que te rodean, escapan de
tí y luego vuelven; el ritmo, como el humo, se escapa de sus dedos si lo quiere atrapar, pero lo él atrae con ese rítmico movimiento, en ese momento lo captura y siente su calor que pasa de su mano a su cuerpo, y ese ritmo lo invade todo. El cuerpo parece latir con la cadencia del contrabajo que se adueña de la banda y la obliga a ir donde él quiera, sus extremidades obedecen a las ordenes de los instrumentos y su mente viaja al ritmo de la música, dibuja para él rostro y lugares, rememora sonrisas que
humedecen el corazón y le separa del tiempo que corre al absurdo ritmo de los hombres.
La oscuridad es cómplice de su aislamiento, las sombras espectadores de un silencioso monólogo, el reducido espacio donde se encuentra no puede confinar lo que ocurre en ese cuarto.
Dentro de él, las ideas bullen, las palabras se ordenan y las ideas se aclaran. Con los ojos cerrados y moviendo la cabeza, memoriza lo que una dulce voz femenina, su musa, le susurra al
oído. Organiza su trabajo de varias semanas a la vez que se descarga del lastre que lo hundió, dentro de él abre y cierra cajones, escribe en pequeños trozos de papel ideas que luego tacha, corrige, tira algunas y guarda otras. Cuando termina su mente es un desorganizado despacho donde es imposible de trabajar, pero en vez de ponerse nervioso o desesperar, inspira con profundidad y se hunde más en el sillón. Un rápido tintineo mueve su mente, la agiliza y despierta, saca ideas de donde no las había y le arrastra, le hacer dar vueltas por su desorden. No puede evitar mover su cuerpo, si estuviera escribiendo en ese momento no podría hacerlo, las letras se le agolparían entre sus manos, y ese ritmo sigue, sigue, y sonríe como hace mucho que no lo hace y no abre los ojos, no quiere perder la magia que ahora le hace tener piel de gallina. Y sonríe, mueve sus pies y manos, su cuerpo sigue un ritmo que lo ha hipnotizado y pasan los minutos.
Y el tiempo se ha roto como se rompen las cosas frágiles, en mil pedazos que ahogan y que no se pueden recomponer.
Abre los ojos, se levanta, apaga el equipo de música y se sienta delante del ordenador a trabajar. Basta ya de perder el tiempo.